domingo, 30 de septiembre de 2007



Hoy quisiera hablaros del dolor, no el físico sino del emocional.
El dolor surge ante lo inesperado, porque cuando uno lo espera queda muy mitigado. Hablo del dolor emocional.
Habitualmente es en vuestra etapa evolutiva donde el dolor se manifiesta en toda su amplitud debido a que tiene activo todo su sistema emocional pero carece de la inconsciencia del etapas anteriores y de la capacidad telepática de las siguientes, por eso es inesperado y por eso es emocional.
La vida transcurre dentro de unos márgenes donde todo lo que ocurre entra teóricamente dentro de lo previsible a no ser que intervenga el libre albedrío de los seres humanos, porque entonces puede suceder que lo previsible se convierta en imprevisible y, como consecuencia, en potencialmente doloroso, sobre todo para quienes carecen de flexibilidad mental. Estos reaccionan al dolor con agresividad tomando decisiones sin meditar y obteniendo, en consecuencia, unos resultados que probablemente aumentarán su dolor y su agresividad, entrando en un círculo vicioso del que sólo el tiempo les permitirá salir. Mientras, los más flexibles reaccionan adaptando su postura mental para que el dolor sea menor y les permita tomar decisiones más objetivas. Por tanto, dolor y rigidez van unidos y paralelamente lo están la flexibilidad y la objetividad.
En vuestro entorno tenéis ejemplos para entender de lo que estoy hablando. Tanto en el caso de la muerte de un hijo o de un familiar o de alguien querido, como en el caso de una quiebra económica o de una ruptura de pareja o la disolución de un grupo de trabajo. Todo depende de la flexibilidad y de la capacidad que tengáis para mirar un poco más lejos.
Por supuesto no existe dolor sin pérdida, nos duele la pérdida de alguien o de algo y es entonces cuando hacen acto de presencia los apegos. Los apegos nos consumen mucha energía, la necesitan para estar presentes, para reivindicar su existencia, para hacer que creamos que las personas y las cosas nos pertenecen.
Cuando tenemos una pérdida no duele el corazón, que lo comprende todo, que lo asume todo y lo perdona todo. Lo que duele es la mente que controla los apegos, son las expectativas que nos hemos creado con relación a las personas y a las cosas, son las esperanzas frustradas que habíamos generado lo que nos duele. Es entonces cuando debemos volver la mirada al corazón y preguntarle lo que necesitemos saber pero sabiendo que el corazón no te va a responder con razonamientos sino con sentimientos y emociones, algo que no debemos interpretar con nuestra mente, por el contrario debemos dejar que los sentimientos que nos lleguen actúen como un bálsamo que nos hará ver las cosas desde una perspectiva diferente. Y es que «el corazón tiene razones que la razón no entiende».
Shaogen

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